Los humanos somos increíblemente sobornables, podemos acostumbrarnos a las situaciones más desdeñables y olvidar cualquier noción de conciencia. Pensaba en eso mientras veía de forma baga el mar.
Mis alumnos colectaban el material de campo para hacer los estudios en ecología molecular, trabajan deprisa, pues deben acompañar el reporte con un estudio que los diferentes medios, análisis estadísticos de organismos e inferencias de los mismos con respecto al medio en el que se desarrollan. En ese momento, se me ocurrió que deberían agregar en el reporte, un análisis adaptativo de los organismos colectados basándose en taxonomía molecular. Les llevaría horas de trabajo en campo, laboratorio, tratamiento de datos y análisis de resultados, pero consideraba necesario que integraran el conocimiento, y entre más tiempo lograra mantenerlos fuera de las calles, donde consumen dopanoacidos o adreniloides sintéticos, mejor.
En la universidad tenía la fama de ser un maestro implacable y me hacia justicia. Si yo hubiese tomado alguna clase como las que imparto me hubiera odiado. Pensaban que siempre había tenido el semblante gris de rasgos apagados y tal vez era mejor para ellos. Si supieran que entre esas murallas de concreto y bombas de agua; hace treinta años existió un cañón donde el mar y un arrollo formaban una marisma. Marisma donde me quede atrapado por consumir hongos. Si yo hubiera podido explicarles la sensación de ir a recoger algas por la madrugada, recibir el amanecer con un cigarro y el frió quemante que erisa la piel. Si hubieran sabido las veces que tuve sexo perdido entre los matorrales o lo bien que puede sentirse escapar de la ciudad y fumarse un churro con tus amigos.
Pensar en esas historias que me traían un lugar y personas inexistentes. Recuerdos de los que ya no puedo disfrutar. Me hacina desear perpetuar en sus mentes aquel mundo. Pero no me pareció una idea correcta, creía que mis alumnos no podrían entender nada.
Ellos nacieron después de la formación del área metropolitana de Tijuana, tras la unión de las principales ciudades de Baja California. No vieron como alcanzó una población clímax de más de doce millones de habitantes, cinco en Tijuana-Rosarito, cuatro en el corredor Tijuana-Mexicali-San Luis Rió Colorado y tres más en Ensenada. Ellos no vivieron en carne viva cuando el aumento en el nivel del mar rebaso nuestra capacidad tecnológica de resistencia. Millones de personas fueron desplazadas al decadente, erosionado y sobre poblado centro del país, el gobierno obligó a los pobladores de todas las zonas metropolitanas a permanecer en sus ciudades, suspendiendo sus garantías individuales y aplicando la ley marcial. Esto después de darse cuenta de su incapacidad para realizar ayuda humanitaria tras los motines de millones de desplazados, quienes estaban dispuestos a matar a quien sea para alimentarse.
En Baja California la transformación de la península a un conjunto de islas fue caótico, miles murieron en inundaciones en Mexicali y zonas costeras, millones más en motines, saqueos internos, hambre, sed o en intentos desesperados de cruzar la frontera.
En ese momento sé intentaba instaurar el control de los habitantes, el temor de los líderes por despertar en medio de algún motín que clamara sus cabezas, les hacía olvidar cualquier sentimiento humano al momento de someternos, distraernos o conformarnos. Los cuatro millones de habitantes que sobrevivíamos distribuidos en La Tijuanita, Nueva Ensenada y Tecate, estábamos destinados a vivir como esclavos del estado, entre concesiones y obligaciones para luchar contra la fuerza implacable de la naturaleza. Pelea que cada día apretaba más su yugo sobre la vida de los decadentes ciudadanos y que muy en contra de nuestros esfuerzos estábamos destinados a perder.
Una semana antes de aquella salida de campo, Mónica me preguntó en como afectaría a la ecología del lugar el drenar el lecho marino para instalar las nuevas bombas de agua. Me dio algo de pena que la chica se preocupara por la afectación de un lugar donde no hay más que microalgas, moscas, cucarachas y algunos crustáceos mutantes con asimetría por la contaminación. Pero que podría imaginarse ella que en esos enormes muros de concreto, un día existió La Misión. Qué podía saber de todas aquellas ideas que llenaban de nostalgia, de mis fantasmas. Así que era mejor no hablarles de nada, al final ellos también hacían lo que podían, para que torturarlos con mundos mejores que estaban fuera de sus alcances.
Mis alumnos colectaban el material de campo para hacer los estudios en ecología molecular, trabajan deprisa, pues deben acompañar el reporte con un estudio que los diferentes medios, análisis estadísticos de organismos e inferencias de los mismos con respecto al medio en el que se desarrollan. En ese momento, se me ocurrió que deberían agregar en el reporte, un análisis adaptativo de los organismos colectados basándose en taxonomía molecular. Les llevaría horas de trabajo en campo, laboratorio, tratamiento de datos y análisis de resultados, pero consideraba necesario que integraran el conocimiento, y entre más tiempo lograra mantenerlos fuera de las calles, donde consumen dopanoacidos o adreniloides sintéticos, mejor.
En la universidad tenía la fama de ser un maestro implacable y me hacia justicia. Si yo hubiese tomado alguna clase como las que imparto me hubiera odiado. Pensaban que siempre había tenido el semblante gris de rasgos apagados y tal vez era mejor para ellos. Si supieran que entre esas murallas de concreto y bombas de agua; hace treinta años existió un cañón donde el mar y un arrollo formaban una marisma. Marisma donde me quede atrapado por consumir hongos. Si yo hubiera podido explicarles la sensación de ir a recoger algas por la madrugada, recibir el amanecer con un cigarro y el frió quemante que erisa la piel. Si hubieran sabido las veces que tuve sexo perdido entre los matorrales o lo bien que puede sentirse escapar de la ciudad y fumarse un churro con tus amigos.
Pensar en esas historias que me traían un lugar y personas inexistentes. Recuerdos de los que ya no puedo disfrutar. Me hacina desear perpetuar en sus mentes aquel mundo. Pero no me pareció una idea correcta, creía que mis alumnos no podrían entender nada.
Ellos nacieron después de la formación del área metropolitana de Tijuana, tras la unión de las principales ciudades de Baja California. No vieron como alcanzó una población clímax de más de doce millones de habitantes, cinco en Tijuana-Rosarito, cuatro en el corredor Tijuana-Mexicali-San Luis Rió Colorado y tres más en Ensenada. Ellos no vivieron en carne viva cuando el aumento en el nivel del mar rebaso nuestra capacidad tecnológica de resistencia. Millones de personas fueron desplazadas al decadente, erosionado y sobre poblado centro del país, el gobierno obligó a los pobladores de todas las zonas metropolitanas a permanecer en sus ciudades, suspendiendo sus garantías individuales y aplicando la ley marcial. Esto después de darse cuenta de su incapacidad para realizar ayuda humanitaria tras los motines de millones de desplazados, quienes estaban dispuestos a matar a quien sea para alimentarse.
En Baja California la transformación de la península a un conjunto de islas fue caótico, miles murieron en inundaciones en Mexicali y zonas costeras, millones más en motines, saqueos internos, hambre, sed o en intentos desesperados de cruzar la frontera.
En ese momento sé intentaba instaurar el control de los habitantes, el temor de los líderes por despertar en medio de algún motín que clamara sus cabezas, les hacía olvidar cualquier sentimiento humano al momento de someternos, distraernos o conformarnos. Los cuatro millones de habitantes que sobrevivíamos distribuidos en La Tijuanita, Nueva Ensenada y Tecate, estábamos destinados a vivir como esclavos del estado, entre concesiones y obligaciones para luchar contra la fuerza implacable de la naturaleza. Pelea que cada día apretaba más su yugo sobre la vida de los decadentes ciudadanos y que muy en contra de nuestros esfuerzos estábamos destinados a perder.
Una semana antes de aquella salida de campo, Mónica me preguntó en como afectaría a la ecología del lugar el drenar el lecho marino para instalar las nuevas bombas de agua. Me dio algo de pena que la chica se preocupara por la afectación de un lugar donde no hay más que microalgas, moscas, cucarachas y algunos crustáceos mutantes con asimetría por la contaminación. Pero que podría imaginarse ella que en esos enormes muros de concreto, un día existió La Misión. Qué podía saber de todas aquellas ideas que llenaban de nostalgia, de mis fantasmas. Así que era mejor no hablarles de nada, al final ellos también hacían lo que podían, para que torturarlos con mundos mejores que estaban fuera de sus alcances.